martes, 28 de agosto de 2007

Notas sobre Horoskop de José Carlos Irigoyen

Hay ciertos poemarios que dejan la habitación del poema y llegan a la revoltura de las teorías (y con esto no digo que lo teórico sea malo, porque es en la poesía donde es posible que salgan a flote las ideas que como moscos intentan chupar la sangre de lo que les gusta, hay que comer para vivir). El poema y su lenguaje logran paseos, desastrosos o dignos de la anécdota fregona, en los que extraviarnos es la manera de perder el tiempo pero en el sentido de lo gozoso. Todo lo anterior me pasa con el poemario de José Carlos Irigoyen publicado en 2007 por EBL. Y es que no sólo es la contribución a un uso del lenguaje distanciado de las formas y lo establecido lo que me atrae, sino la manera en que lo emplea: el versículo.
La historia de la poesía ha estado ocupada, principalmente, por el verso que se encuentra contenido en cierto número de silabas, rigor impuesto por la poesía religiosa occidental de todos los tiempos sin procedencia “divina”, por la señalización acentual, el pararalelismo de estrofas y de versos y otras tantas cosas de la retórica. Pero es el caso del versículo, al menos para mí, en el que el desenvolvimiento del lenguaje y del pensamiento poético adquiere un grado más notorio de sonoridad y de imagen. Me explico, la intención del poeta, al menos intención dada por la historia y aceptada por muchos, es la de cantar, principalmente. Pero el poema no sólo es una ceremonia del plano estético y aquí me refiero a lo estético en el sentido más entendido pero no por eso más vulgar, sino también de lo histórico. Poema es canto pero también es cuento. Es instrumento de la individualidad humana pero también la situación en que se encuentra reglamentada su sociedad: leyes, códigos, decretos, manuales de lo que sea. Y es en esto en que La Biblia cumple la función de poema, de manual de historia o incluso de libro de ficciones y relatos de avanzada (ovnis que interceptan el discurso del divino, que lo obligan a nombrarlos en su libros porque la fama ya alcanzo intereses más allá de su galaxia).
El verso sirve para cantar, para la explotación de cualidades de las cosas, por ejemplo. La prosa es la manera en que las ciencias prevalecen y la continuación del pensamiento en su versión racional. Entonces el versículo es la eficiente construcción en la que se unen la prosa (lenguaje que cuenta) y el verso (lenguaje que canta). El versículo es la ocasión para contar y para cantar.
Es sin duda una de las musicalidades la del versículo más fascinantes y magnéticas para alguien como yo. En el ritmo del poema fluye el habla cotidiana, la representación de sus sonidos. Nota: no olvidar el poema de Elizabeth Bishop “The House Of Bedlam”. Un poema que va aumentado sus cantidades silábicas hasta llegar al punto en el que el verso raspa el cuerpo de la prosa. El versículo en sí es una lectura del aliento, más que del tono o del acento o de la cantidad silábica. En el versículo el pensamiento muestra sus imágenes.
Es posible llegar a la idea de que el versículo se niega a la clasificación, aunque ya tenga un nombre, en el que no sabemos si es prosa o verso. Pero el hecho de que parezca prosa no significa solamente que responde a un sentido lógico y razonado, como antes dije como la característica de la prosa, sino a la manera en la que el lenguaje se transmite: claridad y e intencionalidad que no supera la pretensión de apantallar con rigores de la retórica y del buen peinado palabrero. No hay que olvidar que la poesía es el lenguaje domesticado. El habla cotidiana, aunque con minas de domesticación, se desata y busca una comunicación y el sonido es el que da el entendimiento. Todo tiene un sonido, pero como no lo notamos pensamos que el lenguaje producido en barrios descomunales de tendederos, vecindades fregadas por el tiempo y la indiferencia gubernamental no tienen una intención sonora. Pero si la tuviera entonces hablaríamos de que son los habitantes de esos sitios los que así lo han decidido. Por eso la forma de hablar conocida comúnmente como popular es más interesante e invitadora (vale madre si el término no existe) que lo fabricado en el laboratorio de los poetas y escritores. Aquí el lenguaje obtiene su sonoridad porque el lenguaje así lo ha querido, no hay manos ni pensamientos que interfieran en su decisión. Lamentablemente la todavía existente actitud de que si no es percibido por el humano no existe, nos limita a escuchar el sonido del lenguaje, o mejor, nos lo negamos a nosotros mismos.
Y es que el libro de Yrigoyen no busca unidades de sonoridad precisa o repetida sino la situación de enmarcar el lenguaje en cotidianeidad sin un fin métrico o acentual. Un poemario que se funda en el vuelo de lo que sea (se aceptan albures) y no en el constante escarbar de un topo. La tierra dura, truena, truena, se abre pero a huevo, muy forzada la cosa.