martes, 11 de marzo de 2008

Libros malos que me hacen compañia

A menudo mudarse de casa, aguantar una nostalgia no pocas veces cursi, telenovelera, tiende a volverse un ejercicio de la crítica libresca no hecha por nosotros sino por el invisible y casi siempre desatinado destino. Es decir, de las veces que me he cambiado de casa he ido perdiendo libros que en mucho consideraba vitales y matadores, y han quedado, no sé por qué, todos esos manuales de carpintería, tomos bastante gordos de cocina y primeros auxilios, baratijas literarias como las novelas de amor de mi mamá compradas en cualquier puesto de periódicos.Los libros buenos, aquellos que cumplen una función constante de amuletos y objetos de culto, terminan por navegar por territorios que quizá no sospechamos o que no queremos reconocer, terminan en la tribu de la basura, esa comunidad donde la nostalgia, donde los días perdidos de gloria se convierten en la única posesión de todo lo que está en el bote de basura. Sin ánimos de hacer un catálogo de todas las decepciones que he tenido al mudarme de casa, sólo busco decir que intento, mojigatamente, estar bien con los vecinos, no gastar mucho en chunches, estar en la cancha de lo sosegado para no tener que pensar en las mudanzas, en acarrear muebles y amontonar ropa, en no asegurarme de perder irremediablemente cada uno de los libros que me gustan.