Cada vez que empezaba a leer poesía
mi cuerpo comenzaba a agigantarse
y mi oído percibía las voces ajenas
como si fueran de marcianos, duendes
o el producto de una cinta acelerada
entonces sentía una culpa tremenda
y pensaba que para leer poesía
había que irse lejos o encerrarse
por lo cual me cortaba las venas
con una navaja que porto, entonces
(1) me desinflaba como un globo
o (2) inundaba la biblioteca de sangre.
Germán Carrasco
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