domingo, 20 de abril de 2008

Envoltorio con tres poemas

No importa si no estamos en nuestra casa, pero una vez cerrada una puerta ya todo es personal. Las habitaciones y sus presencias se acomodan a la forma de nuestra dirección y nuestro ánimo, terminan por convertirse -en el tiempo que dura la estancia- en prolongaciones, falanges, de un desorden o temperatura propios. Los cuartos de hotel, más allá de su arquitectura pastelosa o descascarada, tienen el carácter de la promiscuidad: lo transitorio. Las personas llegan con la levedad gatuna, con esa fisonomía tan cauta como secreta, para poco a poco poner la pasta de dientes sobre el lavabo, regar los zapatos y colgar las camisas por donde sea, pisar la alfombra con los pies descalzos. Cuando el deseo de colonización esta a punto de cerrarse llega la hora de bajar las maletas y de volver a casa. La habitación queda otra vez vacía y adormilada. Qué es un cuarto de hotel sino una multicancha, una forma que nos hace pensar en los anteriores huéspedes, en su rostro y en su nombre. Coral Bracho dice en Cuarto de hotel:

Comienza a disolverse

Y ahora que quiero ordenar ese hotel
–como se ordenan los objetos sobre una mesa,
como se cambian de lugar el pan
o la sal–
los cuartos comienza a disolverse.
Sopla el viento sobre su base
y cae
muy lentamente,
entre pétalos tenues,
entre papeles.

¿De dónde a dónde?

¿De dónde a dónde abre esta puerta?
¿Qué va dejando
poco
a poco
fuera?

Un catre pequeño

Hay otro inquilino en este cuarto
pero no parece vernos.
Duerme en un catre pequeño,
separado de nuestra cama.
Cada uno de sus enseres
para ir cobrando forma
a medida que pasa el tiempo.
El catre, antes difuso y azulado
como una sombra, es ahora definido
y conciso.

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