sábado, 23 de junio de 2007

La inexactitud de las horas (Sobre Zimbabwe, de Eduardo Padilla)

¿Lalo es fogoso y letal? Quizá León Plascencia Ñol diga la verdad, quizá no. Pero la escritura de Eduardo Padilla no busca la definición dictatorial, la felicitación que lo relaja. Una escritura que no busca permiso, que me avienta, desde la vitrina todavía del poeta, palabras al azar, al inquietante vuelo de lo que sea. Tanto se ha discutido sobre lo que es poesía que es en esas tensiones por las que la literatura se reencarna en otros actos, en otras ideas. Sería sencillo decir que la escritura de un poeta, como Eduardo Padilla, se inserta en la "tradición de la ruptura", sería sencillo decir que terminará atragantado por sus propias palabras. Lo primitivo es moderno (dixit Jerome Rothenberg) y la poesía la correcta continuación de esta frase.
Las obsesiones en el escritor son fragmentos de lo que ha vivido, no de la totalidad de todas las percepciones, las obsesiones son catálogos chimuelos y auntentificados en el acto de traicionar = escribir. La claridad del lenguaje se encuentra en el sonido, en el extenso deleite de "tipos móviles" sonoros. Al hacer estas notas, que sólo cumplen una idea de miserias, me he encontrado en la idea que ya dicta Ramón Xirau o André Gide, por citar a algunos: siempre escribimos lo mismo, pero es en la manera en que decimos eso en lo que las palabras se ajustan en el presente y no en un pasado aberrante o en un futuro fatigado.
Lalo es rápido y veloz, Lalo es y no es. La prematura idea de cambiar la poesía, o al menos su forma y lectura se realiza. En el mercado hay figurillas de acción en una caja de cartón, supermanes, coleópteros, ratas de plástico maduro, armas de las invenciones de las marometas. Tomas del cartón las figurillas, las pones en tu bolsa, esa que compraste en Champerico, esa que compramos con el tío, y la recubres con una manta, roja y blanca. Todos los poemas de Padilla. Todos. TODOS. TODOS. ¡Apantállame, mamá! La-lo.del-on-ce-chi-co-li-ny-y-pinky.
Arrastra lo que dices por mercados, galerías, por montones de amores que te dejas (dedicada, por favor). En el sigli XV ese perdido viejero, Thomas Willston Patch, amaneció desde sí mismo hacia Colosos al sol, hacia lo que no dijo su historia arrepentida, acurrucada en la nostalgia y en el viento y en ti y en lo otro y en aquello y en aquello y en aquello y en aquelloy en aquello y en aquello y en aquello (golpes que restauran).
Escuchar es la manera más natural de leer poesía,de rodearla y luego distanciarnos, de ti. Te hablo a ti, sí, a tí. Lo que hiciste olvidas, escribes pero gachamente, escribes. Me doy cuenta de que yo no escribo.
La poesía de Eduardo Padiilla no es lo que se dice, quiere ser lo que no se alcanza a ver.


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